viernes, 12 de agosto de 2011

EL DIA DE SAN JUAN

EL DÍA DE SAN JUAN.

En la agreste montaña,
vivía aquel pastor
tenía en su cabaña
la paz y el amor,
que anhelara
el más rico señor.

Colmó sus ilusiones,
la idolatrada esposa
con sus dos embriones,
un clavel y una rosa
que la vida
le hacían tan dichosa.

Déjese una oveja,
huérfano a un corderillo
y la infantil pareja,
con esfuerzo sencillo
lo consigue criar
lleno de brillo.

En pago a sus favores,
el cordero inocente
a sus dos protectores,
audaz e inteligente
perseguían en guardia
permanente.

Marido y esposa,
dialogando están
ella dice quejosa,
mañana es San Juan
y en la choza
hay sólo aceite y pan.

Mataré el cordero,
dijo él, terminante
ellos no querrán, pero,
cederán al instante
a cambio de tener
carne abundante.
La suprema sentencia,
los pequeños oyeron
y la ingenua ocurrencia,
de ocultarlo tuvieron
y que lo raptó un lobo
supusieron.

Provisto del cuchillo,
grita el pastor severo
¿dónde está el corderillo?
sacrificarlo quiero
por ser el día del Santo
que venero.

¡Vamos! quiero enseguida,
saber quién lo ha escondido
ellos, siempre la vida,
para la muestra han dado
sin que sea
delito ni pecado.

¡Y aquel niño gigante!,
por su alma tan pura
con tétrico semblante,
la insólita aventura
confesó
inundado de amargura.

Yo, papaíto mío,
he sido el delincuente
lo escondí junto al río,
allá cerca del puente
al oírte
su fin, tan inminente.

Le he dicho que se calle,
que no vaya a balar
y que nadie lo halle,
que lo quieren matar
y de miedo
echase a temblar.


Y aunque quedó dormido,
obediente a tu mando
le daré un silbido,
y subirá balando
y mi hermanita y yo
con él, llorando.

Déjalo, papaíto,
no ves que es un dolor
comeremos pan frito,
que está mucho mejor
pues su carne
tendrá muy mal sabor.

Y el Santo que veneras,
tengo la convicción
que si tú le pidieras,
le daría el perdón
y a nuestro humilde hogar
la bendición.

Cambió el pastor el ceño,
de adusto complaciente
y de cada pequeño,
puso un beso en la frente
y una lágrima bollo
su rostro ardiente.

Cayósele el puñal,
de la crispada mano
ante aquel manantial,
de sentimiento humano
y ocultar la emoción
trataba en vano.

Y ocultando el rubor,
de su esposa abrazado
como un pecador,
que huye del pecado
le dijo
con acento emocionado.


Nuestros hijos, esposa,
qué gran lección nos dan
mi alegría rebosa
con solo aceite y pan,
pasaremos
el día de San Juan.

Bonito ejemplo de estos dos adolescente
a favor de los animales que narra el Poeta Sancho
en estos versos.

José Sancho Rodríguez
.

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