La sombra sobre el valle se extendía,
las aves ya volaban al otero
brillaba en el oriente ya un lucero,
y tu rostro de sangre se cubría.
Eras como una estatua fría,
un símbolo fiel de la propia Ero
algo que definir no puedo y quiero,
encanar en mi humilde poesía.
Al ver que te cubría transparente,
el velo de la virgen inocente
quise hacer un alarde de respeto.
Y aunque tanto quisiera haberte hecho,
me di por complacido y satisfecho
con hacer tan solo este soneto.
José sancho Rodríguez.
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