miércoles, 4 de febrero de 2015

A SU ESPOSA UANDO TENIA 15 AÑOS.

  En toda la serranía,
desde Ronda a Cetení
otra chiquilla no había,
que se pareciera a ti.
  Era cual la clavellina,
que entre los trigales crece
que casi el sol no la ilumina,
ni casi el viento la mece.
  Una niña morenita,
con dos luceros por ojos
y unas facciones descritas,
en mi diario de antojos.
  Ni te sabrá la hermosura,
ni te faltaba belleza
ni la candidez tan pura,
que  da el amor cuando empieza.
  Eras feliz, con la palma,
de la Virgen inocente
sin una sombra en el alma,
ni una mancha en la frente.
  Yo soñando en ser poeta,
era un vagabundo errante
como la espuma flotante,
y dócil cual la veleta.
  Montado en ágil caballo,
fantasmal de mi quimera
pensando que el mundo era,
un vergel en pleno mayo.
  En alas de la ilusión
y bajo un sol sin ocaso
viajando al Helicón,
al Olimpo y al Parnaso.
  Tras la Deidades ilusas,
que por Júpiter creadas
son las diosas de las musas,
en mis delirios soñadas.
  Y cual cosa que depara,
el gran Dios que yo bendigo
una tarde cara a cara,
al azar me di contigo.
  Y me dije: !Santo Dios!,
si esta es la escultura
porque deambulo en pos,
en mi onírica locura.
  Hecho un mal de confusiones,
quédeme yo niña en verte
y alegando prestaciones,
de un gran cariño ofrecerte.
  Y el nómada sin segundo,
y veleidoso que fui
ya solo veía el mundo,
que giraba en torno a ti.
  Quise amarte a largo plazo,
y evadirme de la urgencia
pero el reto del flechazo,
pudo mas que la prudencia.
  Cuando por primera vez,
te dije que te quería
cayó sobre tu niñez,
una gota de agua fría.
  Cuando algún tiempo pasó,
volví a decirte te quiero
y entonces se te escapó,
un suspiro mensajero.
  Y en aquel suspiro mudo,
pude querer descubrir
que descubrirse no pudo,
por no saber que decir.
  Era un querer tan pequeño,
que apenas sabía hablar
de él, me hiciste dueño,
y lo tuve que enseñar.
  Dile desde aquel instante,
rienda suelta al pensamiento
y en los versos de mi cante,
sólo vibraba tu acento.
  Versos te puse en las esquinas,
en las hojas del Nepal
en el tronco de la encina,
y en el del chopo real.
  Versos te puse en la duna,
diamantes de amor fundido
que el resplandor de la luna,
te recitaba al oído.
  Una inexplicable llama,
fundó nuestros corazones
y nuestro amoroso drama,
desbordó las previsiones.
  Sin ritos ni sacristías,
ni trabas de vicaría
selló nuestra unión cristiana
el alba de la mañana,
de nuestro mas feliz día.
  Ni mas podía ofrecerte,
ni más que darme tenias
te juré siempre quererte,
y tu quererme querías
por encima de la muerte.
  Y fuiste tan cumplidora,
de lo tan niña jurado
que en todo momento y hora,
viví feliz a tu lado.
  Tu final llegó primero,
mi revés mas violento
y mientras la muerte espero,
fiel a mi juramento
hasta la muerte te quiero.

   Preciosa poesía de amor de aquellos tiempos,
y los de ahora si se hacen con ese cariño que el Poeta Sancho hizo,
a su prometida desde niña.
                                                José Sancho Rodríguez.





 

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